lunes, 6 de junio de 2011

Aquel lunes

"Los lunes son un día terrible". Pensé yo.
Estaba allí, en un lugar desierto de gente, maniatada y con un hambre de perros.
Bueno, tengo que empezar desde el principio.
Desde aquella mañana.
Lunes. Día soleado y tranquilo, en un pequeño pueblo al este de Madrid.
Salgo a las 9:45 de mi casa para ir al instituto.
Cierro la puerta y, veo a un hombre, aparentemente tranquilo, apoyado sobre una farola leyendo "EL PAÍS".
Le doy la espalda, y me dirijo a la estación de autobús para coger el 115.
Me quedo esperando, pero no viene ninguno.
- ¡Ah! - grito.
- No pasa nada, perdona por asustarte.- responde el hombre de la farola.
Me quedé parada, fija como una estatua, hiperventilando.
Salieron de detrás de un arbusto. Unos hombres con vestimenta negra, cubiertos con máscaras, me agarraron y me pusieron una bolsa en la cabeza.
Me pareció que me subí a una furgoneta, pero no estaba segura.
El vehículo echó a andar.
Al cabo de veinte minutos, poco más poco menos, nos paramos. Se abrió la puerta de atrás, donde me situaba yo. Me cogieron con brusquedad, y me sacaron de la furgoneta.
Estuvimos andando poco tiempo. Oí el sonido de varias puertas abrirse y cerrarse. Nosotros entramos en una de ellas.
Me sentaron en una silla, un tanto incómoda, me quitaron la bolsa y me ataron.
Descubrí aquel rostro, que había visto ya, hacía unos veinticinco minutos. Era el hombre de la farola.
- Lo siento - me dijo.
- Ya - me las arreglé para decir.
- Es por nuestro propio bien, luego te soltaremos.
Pensé en lo peor que me podía pasar. "Puaj".
Me dejaron allí sola, como en una cámara acorazada.
Pasadas cuatro horas, entraron.
- Tú, tranquila - respondió un sicario.
- ¿Qué me vais a hacer?.
- Solo queremos "pasta", y retenerte para un rescate, es la forma más rápida.
Entonces lo entendí. Mi padre era un ricachón, y estos, solo querían dinero.
Siguió pasando el tiempo, y yo estaba atada de cuerpo para abajo.
"Los lunes son un día terrible", pensé.
Y aquí vuelve mi historia.
Sentí alivio cuando me dijeron que habían pagado el rescate.
Volví en aquella furgoneta negra, ya que ahora podía verla al no tener una bolsa en la cara, y me llevaron a la parada del autobús de esta mañana.
Estaba allí mi familia. Y también, la policía.
Me asusté al pensar que no me dejarían allí, otra vez con mis padres, pero en vez de eso, el vehículo no paró. Redujo la velocidad, y me tiró al asfalto.
Me arañé un copo, nada grave.
Vi marcharse a toda velocidad al coche negro.
La policía iba tras él.
Salí en las noticias y, también los hombres de negro, en la cárcel.
Me sentí a gusto al saber que habían aumentado la seguridad, esperando que no pasara nada.
Y así fue, no me volvió a coger nadie.
Y aquí sigo anciana, y sin hijos.


FIN...

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